Clive Crook

Dejen de atacar una actitud prudente

"Es curioso, sin embargo, que con la malograda intervencion en Irak todavia en proceso haya que defender la vacilacion frente a lo incierto frente a decisiones desastrosas"

Por: Clive Crook | Publicado: Martes 8 de febrero de 2011 a las 05:00 hrs.
  • T+
  • T-

Compartir

Clive Crook

Clive Crook

La manera en que Barack Obama ha manejado la crisis egipcia no ha sido bien evaluada en general. La Casa Blanca ha tenido dificultades para seguir el ritmo de los eventos. Dejar atrás su apoyo al régimen de Hosni Mubarak requería contorsiones inelegantes. Pocos en Washington se han mostrado satisfechos.



Los impulsores de la acción directa han acusado al presidente Obama de indecisión: póngase en el lado correcto de la historia, dicen. Quienes abogan por cálculos bien meditados lo han llamado temerario: cuidado con lo que se desea, advierten. Ha sido criticado por ignorar valores estadounidenses que antes defendió y por no atender intereses que prometió proteger.

Los críticos concuerdan en dos cosas. La línea de acción correcta de Estados Unidos es evidente; y las decisiones de Obama, cuando las tome, darán forma al resultado. Los últimos diez días de debate entre expertos en la política exterior de Estados Unidos se han centrado en estos supuestos. Sin embargo, ambos son erróneos.

Esta línea de pensamiento pone las decisiones de Estadod Unidos en el centro de todo. Pero Estados Unidos tiene que asumir su impotencia en casos como el actual, y el resto del mundo también.

Es verdad que la administración Obama dudó en su respuesta a la crisis, pidiendo reformas políticas pero sin querer forzar las cosas hasta que la anarquía en las calles del Cairo cobró víctimas e incluso después de eso siguió sin presentar una respuesta propia. Hay que felicitarlo por esta timidez.

La cautela no es inspiradora. Es curioso, sin embargo, que con la malograda intervención en Irak todavía en proceso haya que defender la vacilación frente a lo incierto frente a decisiones desastrosas. La guerra en Irak fue una lección para Estados Unidos: con una fuerza militar abrumadora se puede invadir un país, remover un régimen odiado, imponer una constitución democrática -y, a causa de la falta de conocimiento de la zona, empeorar las cosas y ser rechazado por el trabajo hecho. Las lecciones son obvias pero incluso así, por una extraña razón, no han sido aprendidas. La disputa presupone, como si Irak nunca hubiera ocurrido, que una vez que Estados Unidos decide lo que desea, el resto sigue.

La primera parte, elegir los objetivos, es difícil por sí misma. ¿Debe Estados Unidos querer que Egipto sea gobernado por un aliado, aún si es autoritario? ¿O debería ayudar a que la democracia surja en Egipto, como un fin en sí misma y tal vez para promover los intereses de Estados Unidos? Ciertamente, para que la política exterior de Estados Unidos tenga una forma definida, necesita respuestas a estas preguntas. ¿Pero debemos pretender que sean simples o permanentes?Hay muchos factores contradictorios. ¿Es justo apoyar un régimen autoritario si se protegen los valores correctos? ¿Qué forma tomaría la democracia en Egipto? ¿Qué efecto tendrá este cambio en otros países y otras alianzas? Las preguntas se siguen sumando. Al final, la respuesta es siempre la misma: ni valores ni intereses, sino una síntesis correcta de ambos. Hoy en Egipto las grandes preguntas no pueden ser resueltas. Y es aquí donde Estados Unidos puede descubrir la raíz de su ilusión: una vez que la decisión está tomada, todo es posible. Tristemente, no es así porque en el mundo real el fin no justifica los medios.

Para asegurar sus intereses, Estados Unidos ganó influencia con Mubarak a través de una generosa ayuda militar. En muchas formas fue una buena inversión, pues ayudó a mantener una paz y una estabilidad relativas, un objetivo deseado. Pero esta influencia era necesariamente limitada. Estados Unidos no mantuvo a Mubarak en el poder. Los mandatarios autoritarios de otros países árabes recibieron poca o ninguna ayuda, e incluso se opusieron a Washington, y aún así perduraron en el tiempo. Tampoco fue Estados Unidos quien le mostró a Mubarak la salida, fue el pueblo egipcio.

Es evidente que Estados Unidos y Occidente tienen intereses vitales en juego en estos eventos. La administración Obama tiene razones suficientes para querer conducir Egipto a la democracia, a la paz con Israel, a combatir el terrorismo islámico y mucho más. Pero sólo desearlo no es suficiente, y quienes lo crean así deberían madurar.

Lo más leído